Resulta que una viene libre,
suelta, con el cabello al viento, re enganchada con esa canción que te incita a
pogear con cuanto transeúnte se cruce en tu camino. Feliz de tener medio fernet
esperándote en la heladera y un chocolatin que te regalo tu padre. Que adquirió
no como un gesto de amor hacia tu persona sino que fue solo porque no tenía
monedas el kiosquero y como su diabetes
no se lo permite, termino siendo un gesto de cariño impensado hacia vos. Poco
importa si fue intencionado o no, es chocolate, fin. La gloria en una pequeña
barra de cacao. Gracias, papá. Con intensión o sin ella, me lo voy a comer
igual.
Entonces, vos, tan desprendida, autónoma
de todo lo que te rodea, transitas por
las calles de esta gran ciudad como si no existiesen agujas que condicionen la vida. Y, de repente, un sonido familiar, una vibración
en tu bolsillo. Miras y ahí está ese
nombre que no esperabas y esa sonrisa idiota que no podes evitar. Tu atención se
reduce a una pantalla de celular. Llegas a tu casa. Olvidas que había medio
fernet, que existía un chocolate y que la canción se termino hace 15 cuadras atrás.
Ya no importa nada más que, que ese artefacto no deje de sonar y que esa
sonrisa se incremente cada vez más. Que las distancias se acorten y que el
calor imaginario de su cuerpo se convierta en real. Nada, nada más importa.
En un momento de lucidez miras para
un costado y recapacitas de la situación en que te encontrás. Reis reconociéndote
como una reverenda patética e intentas frenar la historia que inconscientemente
empezaste a narrar desde que viste su nombre en esa pantalla. Imposible. Luchas
contra eso, aguantas unos mensajes más y luego un silencio existencial. Unos
besos y un adiós con carita de dos puntos y medio paréntesis. Te sentís victoriosa,
acabas triunfal la batalla. Terminaste con aquello que sabes que
inevitablemente se siente venir pero pusiste freno de mano y quedo ahí. Bien.
Bien. Lo lograste. Te resistís a caer en las garras de Cupido. De ese angelito
culon que más de una vez te vendió un buzón por amor. Felicidades. Objetivo
cumplido. Lástima que esos besos y ese adiós con carita de dos puntos y medio paréntesis
tenían un texto anterior: “en un rato estoy”.
Y el timbre sonó, ese rato llego. Abrís la puerta. Ella está ahí, con su mejor sonrisa para hacerte recordar, que resistir la tentación no es tan
divertido como dejarse llevar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario